Felizmente extraña, extrañamente feliz
Estas fiestas navideñas están siendo curiosas. Lo pasamos tan bien en nochebuena, jugando con los niños, tirados en el suelo como una montaña de cuerpos inertes, una moto se enganchó en mi pelo cual peineta de martirio, al final no me tuvieron que cortar el mechón. Siete botellas de cava para menos de siete adultos. La fiesta siguió después en el bar de siempre, ese que solo pisamos en nochebuena y en nochevieja y ningún día del año más. Nadie sabe porqué. El caso es que ya hace años que ese lugar ha quedado definido como una marcada tradición. Después acabamos en un local nuevo aquí en el pueblo. Nos extraña un poco, parece exclusivo, hay cola y no dejan entrar a todo el mundo. El jefe nos recuerda de otras noches. Nos ofrece entrar por la puerta de atrás. Increíble que esto pase aquí. Cuando entramos suena Fangoria y seguidamente los Zombies. Increíble que esto pase aquí.
El día de navidad mi hermano se presentó en casa a las dos del mediodía. A las once y media había llamado a casa para decirle a mi madre que se asomara al balcón. Cuando lo hizo lo vio saltando, cantando y riendo en un estado ebrio apoteósico. Se fue botando a desayunar. Al llegar se tiró en el sofá y roncó a pata suelta mientras los demás comíamos los canelones en la mesa. Fue imposible moverlo. Se despertó borracho todavía y aun nos duran las risas.
Ayer, que aquí también era fiesta, la más afectada fui yo y no necesité ni salir de casa. Un día extraño. Compartimos marihuana con mis padres. Y yo bebí hasta dormir.